jueves, 14 de enero de 2010

A María Volonté

I
Duele ver a María, duele como los ojos que se llenan de sol y quedan ciegos ante la luz, acostumbrados a vagar por la mediocre oscuridad, duelen de pura belleza.
Duele ver a María, verla ajena, duele no ser María.
Duele María en el escenario, duele la cruel bondad de su contradicción, duele que sea natural el estudiado movimiento de su seducción.
Duele ver a María tanto como duele oírla, duele oírla cantar hasta por su brazo, mientras desgarra el aire con los huesos de sus manos, y lo cura con su voz.

II
¿Se engaña la vista ó es cierto que sus hombros son el blanco y negro del color?
Porque en ellos las luces y las sombras se recortan furiosas.
¿Se engaña el oído ó es cierto que en notas se torna el tórax ó en tórax se tornan notas?
Porque ese canto no es más que ella misma, que es también la música.
¿Se engaña el olfato ó es cierto que ahí están los jazmines en su pelo, que no es sino las mismas rosas?
Porque qué sino un jardín, puede albergar pensamientos.
¿Se engaña el tacto ó es cirto que cuando cantando un tango cierra el puño, en él no cabe ni el vacío?
Porque ni el aire se atreve.
¿Se engaña el gusto ó es cierto que están salados mis labios?
Porque reconocen en un instante el nombre indecible de los cinco sentídos en una sola sensación.

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